Para Pedro, no hay nada mejor que un buen plato de pulpo a la gallega, con patatitas.
Para pedro, como en madrid, en ningún lado.
Para Pedro, la Gran Vía, el palacio de Cibeles, el cartel de Schweppes y la puerta del sol son el paraíso dónde tiene la suerte de vivir.
Pedro es a lo que llamaríamos “un buen madrileño”.
Cada mañana, se levanta y se sienta en un lugar estratégico desde donde pueda ver a cada una de las personas que visitan la ciudad. Si alguien quisiese saber algo acerca del turismo madrileño, sin duda debería preguntar a Pedro. Se pasa el día observando, algo extraño hoy en día. Mira, y mira, una y otra vez, a cada familia, pareja o grupo de amigos que circulan, cada uno hacia un destino, o con un propósito diferente.
Llueva o truene, ahí está Pedro. Cualquiera diría que no tiene otro sitio a dónde ir. A veces junto al bar, y otras junto al Corte Inglés, pero siempre con su camisa de cuadros y sus pantalones de mezclilla. Incluso parece que se ha sumado a la moda de la ropa desgastada. Al fin y al cabo, cómo se pasa la vida observando, es normal que sepa de tendencias.
Pero si hay algo que Pedro lleva cada día con orgullo, y algo de lo que Madrid nunca ha carecido, sería su sonrisa. Sus ojos azules brillantes, sus bromas ocurrentes, y su sonrisa. Una sonrisa que transforma, que se adapta, pero que ilumina la ciudad. Aunque pocos hayan reparado en ella.
No sé mucho más de Pedro. Supongo que, en alguno momento, hace imagino alrededor de sesenta años, nació en su ciudad; Madrid. No sé cómo eran sus padres. No sé a qué colegio fue, o si fue; si se casó o no, o si tuvo hijos. No sé cuáles han sido sus aficiones, si ha viajado, si le gusta el futbol o si prefiere sentarse a leer un buen libro. Sé que el mayor regalo que alguien le puede hacer es una comida de verdad, unas patatas bravas o una paella… Pero aceptará con la misma sonrisa un bocadillo con un vaso de café que ya ni siquiera está caliente.
Aún así, pienso en Pedro y sólo puedo pensar en su forma de mirar, y enseguida aparece una duda. A cuánta gente mira, y, sin embargo, que pocos le ven a él.
Seguramente tú mismo has pasado por enfrente suyo.
Te lo describiría, pero no serviría de nada, no creo que lo recordases. Incluso yo pasé mil veces enfrente suyo hasta que me dí cuenta de que estaba ahí, sonriente y observando.
Creo que Pedro se considera un hombre afortunado. Quizá, al principio, cuando lo he presentado, todo el mundo le daría la razón; un hombre que come bien, que vive en una buena zona y que tiene motivos para sonreír; tantos que el gesto alegre es su rasgo principal.
¡Quién pudiera vivir así! Con las preocupaciones que hay en la vida; el trabajo, los hijos, el dinero que me falta, la casa que quiero y no consigo, ese viaje que siempre pospongo, la ropa que no puedo comprarme… Todo lo que nos falta por conseguir, y aquello que aún desearemos más adelante… Por algo la esencia del hombre es el deseo. Nunca nos sentimos satisfechos.
Pedro, según mi opinión, ha desafiado las leyes del ser humano. Según Maslow, el hombre nunca dejará de necesitar algo nuevo. Primero lo fundamental; agua, comida, una casa, amigos, seguridad, y finalmente, cuando todo eso está cubierto, siempre querrá autorrealizarse. Pedro parece haberlo conseguido todo, por la sonrisa que tiene. La primera persona en haber cubierto todo su deseo.
Y eso que carece de casa, la seguridad de una comida caliente, agua o si quiera un sitio dónde dormir.
A lo mejor necesitaríamos escuchar un consejo suyo.
Si quieres hablar con él, ve hasta Gran vía, y busca a un hombre feliz. SI no está en algún barucho tomándose una caña que, por ser cliente fiel, le han regalado, le encontrarás junto a su carrito sentado en su taburete. Por la noche es más difícil encontrarle, porque va cambiando de albergue, pero por el día, seguro que le ves. La acera derecha de Gran vía es su hogar. El término homeless, en inglés significa sin-casa, a Pedro no se le aplica, porque ha hecho de su taburete y su acera un hogar.
Si te lo encuentras, tómate el tiempo de mirarle. No tardaŕas más de un segundo. Pero igual qué él nos ve, nosotros no tendríamos por qué rehuir de su mirada.
Pedro no pedirá dinero; no te gritará ni te amenazará, como has podido pensar al pasar por enfrente suyo. Es más, apostaría a que, si le mirases y le dieses los buenos días, su sonrisa se agrandaría un poquito más.
Hay mucha gente que vive en el mismo sitio que Pedro, quizá en otra zona, o en otra acera, incluso en otro país. Si saliéramos a contar la cantidad de gente que vive en la calle, quizá no acabaríamos nunca. Pero todos ellos tienen algo en común; vivan como vivan, seguirán siendo personas. Y a las personas, siempre se las debería mirar de la misma manera.O al menos, mirar.
Puede que algunos rechacen una mirada; quizás han sido tratados con tan poca dignidad que ni siquiera ellos son capaces de reconocer que aún la tienen.
Pero es una mirada lo que cambia a una persona, igual que es una sonrisa de Pedro lo que cambia Madrid.