La experiencia de la Grandeza desde y después del Hospital.
Por Ricardo López Bolt

No ha sido fácil el comienzo de mi andadura por el gran territorio de la Grandeza. A los 23 días de hospitalización de mi periodo anterior, tuve que añadir una nueva estancia de un mes más, que me han dejado personal y físicamente hecho una ruina.
He perdido mi fuerza física y mi energía, no me puedo sostener en pie, ni vestirme solo y por supuesto nada de salir a la calle a pasear con mi viejo andador. Pero a pesar de ello, sólo puedo vivir pensando en lo bonita que es la vida y el regalo diario que es despertar cada mañana, planteándome el gran reto de volver a ser el que era antes de todo este tiempo de hospitalización.
Escribo estas líneas desde mi casa, rodeado de mis objetos personales, a los que he echado tanto de menos: mi ordenador, mi cama, mis libros, el ruido de la calle desde la ventana, el trajín de las mañanas, el ir y venir de mi mujer dirigiendo la casa, la rica comida, nuestros momentos de conversación… Todas esas pequeñas cosas que suelen pasar desapercibidas pero que componen la mayor parte de mi mundo en este tiempo de la vida y ahora que los tengo de nuevo, me permiten sentir una enorme paz y gratitud. ¡Estoy en casa!
En estos días desde que volví del hospital, sólo pienso en una cosa: recuperar mi energía y para ello, estoy decidido a dedicar buena parte de mi jornada a esforzarme física y emocionalmente para conseguirlo. Algunos llaman resiliencia a esta actitud, quizá lo sea, yo lo llamo tener un para qué en la vida, que, aunque a ojos de los demás sea algo pequeño y sin importancia, como ir a tomar una cerveza al bar de la esquina, para mí se convierte en el motor que me impulsa a ejercitar cada día, hasta el cansancio, mis piernas y brazos.
Como tengo mucho tiempo para pensar, he estado reflexionando sobre los inacabables días de hospitalización y me he dado cuenta de que, además de haber curado mi enfermedad, he aprendido muchas cosas. Por ejemplo, me he dado cuenta de que, si te despierten a las 6 de la mañana para extraerte sangre de la arteria, en la muñeca, puedes elegir la actitud con la que recibes a la persona que hace este trabajo. Puedes ofrecerle una sonrisa y un agradecimiento o puedes enfadarte y poner carona seria y enfadada. En esto me han ayudado mucho los principios de la Grandeza: todos tenemos dos territorios… pero cuando eliges actuar desde el territorio verde, las personas a tu alrededor también se conectan con su propia Grandeza y entonces, la sonrisa, ante el doloroso pinchazo, genera un gesto amable y comprensivo en la persona que está haciendo su trabajo. Y esto, día tras día va generando una relación de amabilidad, de afecto, de respeto mutuo que termina con una despedida afectuosa y llena de buenos deseos, entre los que está el de no tener que volver a encontrarnos nuevamente en las mismas circunstancias 😊).
El segundo gran aprendizaje de este tiempo difícil ha sido la importancia de vivir con gratitud. La gratitud en mi caso tiene caras y nombres concretos. En primer lugar, mi familia: mi mujer, mis hijos, (los propios y los políticos) y mis nietos, que han sido el apoyo más leal y constante en los días buenos y malos. Su amor y cariño me ha mantenido en lucha, y en segundo lugar, Berto, mi cuidador, providencialmente traído a mi vida en este tiempo y sin cuya ayuda y cuidados, no habría podido salir adelante.
Durante mi estancia en el hospital he ido desarrollando una nueva manera de relacionarme con Dios. A lo largo de mi vida, mi oración siempre ha estado llena de peticiones y súplicas a Dios, pero durante estos largos días, he sentido la necesidad de hablar con él, de contarle mis pensamientos más recónditos, de confiar en él y aceptar su voluntad más que de suplicarle o pedirle algo concreto. Esto ha traído un gran consuelo a mi vida. Creo que en momentos como los que yo he vivido, en los que las fuerzas flaquean y el túnel se hace muy oscuro y largo, uno de los mejores recursos que tenemos es abandonarnos a Dios, confiar en él y aceptar su voluntad, sea la que sea. Esto nos trae una gran paz interior, también, por cierto, uno de los elementos centrales del territorio de la Grandeza.
Y ahora me enfrento con este nuevo tiempo de mi vida, con la conciencia de mis noventa años, algunas patologías y mucho trabajo por hacer. Ahora si le pido a Dios ayuda clara para completar mi misión y hacerlo viviendo en la Grandeza. Le pido energía y fuerza para no decaer en mi empeño y alegría para poder transmitirla a quienes me rodean. Por último, le pido capacidad para poder seguir compartiendo mis experiencias si en algo ayudan a quienes las lean.