LA HISTORIA DEL FRESNO QUE QUISO SER ROBLE

Cuenta una vieja leyenda que cerca de un bosque de robles un pajarillo bajó a beber agua en un arroyo.

En su pico traía una semilla que cayó en la tierra.

El pajarillo intentó buscarla, pero la semilla se enterró y al no poder encontrarla decidió emprender el vuelo.

Esta semilla cayó en un terreno húmedo, en el que no había ni un solo árbol.

Pasados unos años, de la semilla fue creciendo una planta que después se transformó en un árbol, en un frondoso fresno. El fresno creció con la mirada puesta en el bosque de robles que tenía enfrente y sin entender muy bien qué hacía él en aquel lugar. Desde que vio la luz él sintió que era diferente a los demás árboles que allí crecían y soñaba con ser como ellos algún día. Durante años estiró sus ramas para que crecieran hacia arriba, como las del roble, pero por más que se esforzó, éstas terminaban siempre cayendo hacia los lados, por lo largas que eran y por la cantidad de hojas que albergaban. Entonces lo intentó con el tronco, para que fuese  tan fuerte y robusto como el de los robles, sin embargo tampoco consiguió su resultado pues nunca alcanzó ni la altura ni el grosor de ninguno de los robles que crecían enfrente.

De esta manera el fresno fue haciéndose adulto, siempre con la mirada puesta en los robles, regios, majestuosos, fuertes y robustos.

Durante años, el fresno fue testigo del paso de muchas personas por aquel lugar que, sentadas bajo sus ramas, comentaban la belleza del bosque de robles. Eso incrementaba su sentimiento de inutilidad. Durante toda su vida escuchó muchas historias tristes y alegres, historias de amor, de familias, vio cómo niños jugaban bajo sus ramas y luego regresaban como adultos a disfrutar de ese lugar con otros niños. Y el fresno se fue haciendo viejo con esa tristeza honda en lo más profundo de su tronco. Sintiéndose ajeno a todo aquello y siempre deseando ser otra cosa diferente a la que era.

Y un día cuando ya era muy viejo llegó hasta allí una joven pareja que se sentó bajo su sombra. ¿Qué árbol es éste? Preguntó la joven, creo que es un fresno, contestó él. ¿Te has dado cuenta de que es el único árbol que da sombra en todo este lugar? Parece como si lo hubieran plantado a propósito justo al lado del arroyo y enfrente de aquel bosque, para poderte sentar a mirar la belleza que hay alrededor. Debe ser un árbol muy viejo, dijo él, y según parece nadie sabe cómo fue a dar aquí. Este terreno es muy húmedo y casi ningún árbol aguanta. Además, mira lo frondoso que es. Me imagino la cantidad de gente que se habrá resguardado del sol, del frío o del viento bajo su copa. El fresno escuchaba a la pareja con sorpresa e incredulidad. ¡Después de tantos años por fin se daba cuenta del sentido de su vida! De repente, unas hojas empezaron caer del viejo árbol, como si alguien lo estuviera sacudiendo con fuerza. Eran las lágrimas del fresno con las que abría por fin los ojos a su propia existencia y reconocía todo su valor.

Se cuenta que este árbol vivió muchos más años de los que suele vivir un fresno y que después de su muerte crecieron alrededor pequeños fresnos que hoy forman un bosque frondoso y bello, tanto o más que el bosque de robles situado enfrente de él.

 

¿Y tú…? Eres capaz de reconocer el sentido de tu propia vida? ¿O creciste como el fresno, siempre deseando ser alguien diferente de quien eras? ¿Te has parado a pensar todo lo que hasta ahora le has aportado al mundo y a otros? ¿Qué quisieras hacer a partir de ahora? ¿A dónde quieres conducir tu vida? ¿Cuál es la huella que quieres dejar en esta vida? ¿De qué manera contribuyes al bienestar de los demás?